martes, mayo 23, 2006

Circo Da Vinci (pasen y lean)


Desde que comenzó la inicua campaña mediática contra El Código Da Vinci, filme sin estrenar incluido en la quema antes incluso de ser visto por nadie, aumentó la expectación por el estreno de dicha adaptación. Todos queríamos saber como se esgrimiría tal tarea, a pesar de lo predecible del resultado. Y es que no podía ser de otra forma: Hollywood no se atrevería a mover una sola línea de esa novela multimillonaria, cuya lectura resulta de por sí un ejercicio de pura sugestión cinematográfica. Vamos, que Dan Brown había escrito cine envolviéndolo con diferente celofán (éste, más goloso que cualquier guión: la oportunidad de otorgarle el placer al ciudadano de saberse lector de algo más que las facturas de teléfono). Lo mismo que Crichton, Clancy, o King (éste solo a veces), pero con un poquito más de gracia. Desde luego, con la misma torpeza y simplicidad que los dos primeros, aunque sin la picardía y perversidad cómplice del tío Stephen.
Así pues, este código proporcionaba una llaneza absoluta en su estilo, además de un argumento ajado e incluso estrellado con anterioridad. Pero eso sí, entretiene y engancha de manera atroz, llevándolo a uno al terreno que el autor (o más bien la editorial, desea). Puede que no sea más que un efímero e intrascendente crucigrama extremo, pero lo cierto es que el placer de contemplar el aparatoso espectáculo que ha arrastrado su efecto, aglomerando en un único frente de indignación y estrangulamiento de gritos celestiales a culturetas, curas, e historiadores del mundo, merece la pena. Bueno, eso y, no lo digan muy alto, la diversión que proporciona verse parte de una historia que, insisto, atrapa con facilidad asombrosa.
Así que le tocaba mover ficha a la industria del cine, y para la adaptación (perdón, mudanza debería decir) escogieron al chico bueno de la primera fila. Convertido en un hito del buenrrollismo y la benévola voluntad gracias a esos míticos capítulos de Los Simpson, Ron Howard se hizo con el puesto. Al proyecto aportó, como no podía ser de otra manera, su estrábica percepción de lo dramático (esos flashbacks entre campos florados, a blanco y negro y con música funeraria). Del reparto, se podría decir que les ha costado bien poco meterse en el disfraz. Cada actor parece desempeñar su tarea con una facilidad pasmosa, como si pasaran por allí. Es el caso de un Tom Hanks que ha parecido embutirse de manera preocupante en un método de interpretación similar al del personaje de Will Ferrel en Melinda y Melinda. Si éste añadía siempre cojera a sus representaciones, Hanks proporciona diferente grado de sobrenatural papada a las suyas. Esta vez, a Langdon le ha tocado la más grotesca, peor incluso que aquella que se marcaba al besar a Meg Ryan (aunque entonces sí se lo perdonamos, pobrecito…). El resto del elenco, a excepción de Bettany (gran Silas) y Amelie (¿alguien la llama por su nombre?) es más de lo mismo, como un Renno que parece dormir con una placa debajo del colchón, o ese Ian Mclein para quien los guionistas reservaron las frases más anárquicas de un guión que es pura caligrafía. Sus líneas de diálogo las interpreta con la gracia que solo un mariquita que por fin ha asumido su condición de locaza (olvídense del coñazo de Dioses y Monstruos). El chiste en el que pronuncia la palabra “pene”, suena en su boca como la música en manos de un Mozart sin medicación. La ex musa de Jan Pierre Jenuet debería aprender de sus compañeros y divertirse un poco más a la hora pisar un plató, al menos para una producción como ésta. Se empeña en bucear en la psique de sus personajes, en ser intensa, profunda… Agh. ¿Lo adivinan? Su Sophie Neveau duerme a las piedras.
Pero, a pesar de todo, el reconocimiento plácido al que la película somete al lector puede caer en un banal efecto somnífero. Y además, se olvida del espectador que no ha comprado el libro de Brown. Por ejemplo, en ningún momento se mencionan las profesiones del viejo Saunier, ni de su nieta. Pero ahí entraríamos en materia quisquillosa, la de un análisis que, desde luego, no pide El código Da Vinci. Lo que sí parece reclamar a gritos, vista la falta de ritmo del filme, es una máquina del tiempo demente, o una tarta parlante. ¿No creen?

sábado, mayo 13, 2006

Ascensor Y TAL, Y TAL...


"Qué manera de aguantar,
qué manera de crecer,
qué manera de sentir,
qué manera de soñar,
qué manera de aprender,
qué manera de sufrir,
qué manera de palmar,
qué manera de vencer,
qué manera de morir..."


Estos versos pertenecen al himno que Joaquín Sabina escribió al Atlético de Madrid (equipo del que es seguidor, porque él es poeta y los poetas tienen que sufrir)con motivo de su centenario. Lo que no sabía el genio es que el presidente de ese club (a quién, por cierto, no le gustó nada la canción)le dedicaría una particular homenage años más tarde. ¿Saben cómo sigue el tema?:

"Qué manera de subir y bajar de las nubes,
¡qué viva mi Atleti de Madrid!"


La noticia lleva un par de semanas paseándose por la red. Jesús Gil, huyendo del asedio de las mafias del este, fingió su muerte y viajó hasta Venezuela. Allí se ha mantenido oculto hasta hoy, controlando el ayuntamiento de Marbella (con la inherente colaboración del señor Roca, claro está)y al Atleti en la distancia. Que cosas... Lo raro de todo esta farragosa broma,(sea o no sea cierto, es una broma; bien del destino, o de un cachondo internáutico)es que no nos sorprende. En fin, a nadie en su sano juício se le pasaría por la cabeza la pobre imagen de un Gil hacinado entre las sombras de un callejón oscuro. Sin embargo (sólo el de la casa de Encarna y Banderas, pero eso queda muy lejos)a todos nosotros nos resulta fácil dejar volar la imaginación, dibujando a un Gil de lujo. En bermundas, rodeado de Royalties y bellezas, en una piscina y cebando la vista (gorda) de cualquier autoridad impertintente. De nuevo Sabina, dedicaba a este personaje un poema entre las tetas y los desfalcos de Interviú:

Hay en Marbella un bestiario,
tal y tal,
de chulos con talonario,
gil y gil,
la madre que los parió,

con recalificaciones,
tal y tal,
se reparten los millones,
gil y gil,
del boina que los votó.

Les reíamos la gracia,
tal y tal,
se metían la democracia,
gil y gil,
por do más pecado hubiere,

bien lo dijo la Zaldívar,
tal y tal,
la corrupción en almíbar,
gil y gil,
quiere más y a nadie quiere.(...)



De película. Ya no el rumor, Marbella, Malaya... todo. Sin en España hubiera alguien con los suficientes cojones como para presentar con forro y grapas de platina, un guión al respecto, y éste se realizase, estaríamos de verdad hablando de un país que pudiera sacar pecho de su audiovisual. Mientras, lo más progre, autocrítico, paródico... o como quieran llamarlo, no pasará de incluír a dos parejas gays en Aquí no hay quién viva. Oooohhh... Si es que no hay sangre. ¿De veras que no se les hace la boca a coñac cuando hablo de un Andrés Pajares interpetando a Roca, un Pedro Reyes haciendo de Cachuli, o una Chus Lampreave encarnando a Marisol Yagüe? Pues nada, quédense entonces con reposiciones del sobrevalorado Humor Amarillo, o debates sobre Estatutos de Autonomía. Quédense con el caviar, que yo me las apaño con la bazofia bañada en oro(pesa del mar).
Y mientras el tomate sigue subiendo y bajando de piso avernal a Don Jesús, yo me quedo con la idea de que al fin y al cabo, nos ha dejado una herencia a conservar. Dense cuenta de que fué él quien revitalizó y popularizó un término tan goloso, tan spanish, tan Marbella, como "Facineroso". Y si no hubiese llamado al tren Valencia negro de mierda, nadie se acordaría de él, y Renault nunca nos hubiera otorgado esa perla de spot. Aunque yo, sinceramente, me quedo con el de "aprende a bailar con Amunike".

domingo, mayo 07, 2006

Besos manchegos


La Mancha es un paraje gigantesco, y difícil de analizar (por mucho que Paco Umbral se empeñe), donde prima el conformismo ante la llamada de atención (turi$mo, dicen) y el protagonismo opaco. Lo demostraron el pasado año con el tema Quijotesco (¿Villanueva de los Infantes?) y se ha reafirmado con el multitudinario estreno de Volver. Quizás, este circo amable y funcional, juegue un leve papel metafóirico, envolviendo y contaminando de subliminalidad lo nuevo de Pedro Almodóvar.
Un pueblo es un pueblo, aquí y allí, sí, donde estás tú. Nunca nada huele diferente más que en lo superficial. Solo hay que cambiar jamones por chorizos, boinas por virretes, chalecos por pana dura. El fondo, al fin y al cabo, dista mucho de diferenciarse de la comparación entre un rascacielos y otro. En Volver, los personajes resultan tan cercanos y entrañables, como tópicos y desesperadamente huidizos. Desde el guión se pretende adaptar el lujo (escatológico, músical, Almodovariano...) a lo manchego, a lo anti-cool. Los diálogos de Pepi Luci y Bom, a lo aldeano (esos diálogos de Blanca Portillo hablando de la marihuana). Y es que lo glamouroso es tentador, sobre todo cuando se tiene a tiro de piedra la genialidad de un creador insaciable, algo más que demostrado por este ganador de dos Oscar. De tal guisa sale bien parado el filme, aunque se entorpezca en (pocas) ocasiones. Un ejemplo, esa grotesca escena del marido cervezero, viendo el fútbol, ordenándole cosas a su mujer.
La película sigue navegando entre estos mares, constantemente tocada por manos expertas, besada (manchegamente) por el santo de la suerte del genio, el que ya no ha de demostrar nada a nadie, más que a él mismo, o a su pasado. De ahí Volver, el título, la película, el espíritu. En una fállida primera lectura, puede parecer una mera confirmación (y por lo tanto débil estancamiento) en una enquistada manera de parir arte, como en su día lo fue La comunidad para De la Iglesia, o en otra medida Big Fish para Burton. Pero Volver es otra cosa, es la realización (que no culminación) de un viaje obligado, prometido, severo y triste, como conmovedor es su mensaje. La entrevista con Millás, no es más que la reafirmación de esta teoría.
En definitiva, ésta es una película pequeña hecha grande, o una película grande hecha pequeña, que, en definitiva, no dejará de ser una proeza más en nuestro cine. Un producto de la industria al servicio de la degustación del cinéfilo y de las lágrimas de una vecina figurante limpiadora de lápidas, pasiva ante un estreno inusual en su tierra. Volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo, platearon mi sien. Sentir, que no soplo la vida, que veinte años no es nada, ni el ayer ni el mañana. Que grande es el cine, que pequeño es el mundo, y que hijo de puta es Almodóvar. Coño.

sábado, mayo 06, 2006

Yo creía ser un tipo normal

Me gusta la política, o no, o qué se yo (bendito Karlos Arguiñano). Bueno, que quieren que les diga, forma parte del subconsciente, pienso, la elección de los instintos más bajos. Por eso mismo no puedo controlar sentir cieto enganche o emoción, ante una ciencia que en realidad (mejor sería decir "en verdad") me aburre como a un bebé inquieto la muecas de sus papás. Ahí, en lo subterraneo de la decencia, en el primer brochazo de pintura de una fachada de realidad forzada (esa personalidad falsa que mostramos al mundo), es donde radica la verdadera fé en uno mismo; y por lo tanto, los gustos y las mercedes, virtudes, y defectos. Me explico: las primeras pinceladas de una casa, son las tendencias políticas que encontramos en nuestro interuior, ese fuego de tertuliano mordaz y cruel que desea insultar con un apelativo popular ("facha", "rojo") al contrario público. La pintura, es ésa que nos obliga a agachar la cabeza, a mordernos los nudillos y llamar líder iniscutible al facha, o benefactor competente al rojo.
Luego están, claro, los sinceros, aquellos que siempre dicen lo que piensan. O eso es lo que creen (porque se lo hacen creer a sí mismos) ellos. Nadie se escapa de la quema de lo políticamente correcto, aunque no siempre resida la sublevación de lo mostrable en la polaridad radical ("me gusta mucho como habla este chico, pero yo soy del otro partido, claro"). A veces, simplemente nos obliga a decir que Castro es un dictador sanguinario cuando en realida creemos que es un campeón de la democracia revolucionaria. O, siendo un tocapelotas incansable, a decir que Castro es lo más de lo más, solo porque nos forzamos a nosotros mismos a ver almendras en los manzanos, a teñir la realidad de otro color (en este caso rojo, supongo).
Yo les juro que soy sincero, de verdad, se lo juro. Pero no sincero como los empaquetados en el caso que abría el anterior párrafo (Sánchez Dragó, Gustabo Bueno...), sino como un siervo del consciente, que adoraría soñar con otras cosas que no fueran elecciones o estatutos de mierda. Por eso mismo trufo mis textos de parafernalias de verborrea fácil, por un miedo al pensar en exceso, supongo. Quien sabe, a lo mejor por haber nacido y vivido (poco)en un ambiente de política de terraza veraniega, soy en realidad un huidizo de esta ciencia, y aún no me he dado cuenta. Aunque a todo el mundo le llega el día de darse con las hipotecas en las narices. Los expertos la llaman adolescencia, los perezosos universidad, y los genios, lecho de muerte.
free web stats
.