lunes, febrero 27, 2006

Hablemos de tele


Bien amigos, dado que en el mundo de los blogs, la insostenible e inaguantable soberbia del autor, ha de dejar sitio para obsesiones y, además, temas de actualidad, me veo obligado (uf, que angustia) a largar sobre algo perteneciete al vox populi masivo. Por ejemplo, la tele. Que me encanta. Por su surrealismo atemporal, que huye de fórmulas y análisis (todos sabemos que esa mierda de audímetro está trucado ¿no?) y que solo responde a un género humano inexplicable: el morbo. Sí, hablamos de cinismo, de locura, de animadversión por la compañía de una mirada amiga. De esa tarde solos fernte a la pantalla, donde podemos ver Gran Hermano sin que nadie nos pille. En efecto, el morbo nos habla de como gozar sin miedo. Porque en el fondo nos seguirá haciendo gracia el sonido chapoteante y escatológico que Florentino Fernández hacía en los míticos doblajes de las pisadas en El informal.
Y de la misma manera que el morbo reconcome nuestra dignidad (dignificándola por supuesto, siempre será mejor preocuparse de la vida de Carmen de Mairena que de la del vecino del cuarto) la risa destruye nuestros esquemas. Esos que hablan con prosa medida y populista en los discursos de después de la cena de empresa, estigmatizando dogmas callejeros y santificando justicias sociales de papel de hojaldre barato. Osea, que dormimos a las piedras con las broncas relacionadas con comentarios sexistas, racistas, fascistas y otra serie de términos que tu allegado desconoce, pero al parecer, vomita según tu discurso panfletístico. Y te marchas satisfecho de tu obra social a casita, con el perro y la tele. Y sin querer, se te escpa una carcajada con el chiste de Torrente, o con la caída de un minusválido que emiten en el canal de turno. Pero claro, tú no eres así... que va.
Por su capacidad de sacar lo peor (y por tanto, lo mejor) de nosotros mismos, la tele es ese invento que siempre estará dispuesto a hacerte pensar. Aunque lo logre más con las drogas de Pozí, que con las amebas de Punset.

sábado, febrero 25, 2006

Cabeza Borradora


Pues nada, que gracias al amigo de todo arquéologo de la miseria y rescatador de artes oscuras (hablo, por supuesto, del E-mule), visoné una de las pocas obras Lynchianas que me quedaban por almacenar en mi cerebro. Como no, aquí va mi, ejem, crítica... Aunque bueno, si me dispongo a suplantar mi reaalidad po la de cualquier crítico que se precie, deberé tener en cuenta ciertos puntos. Hete aquí cinco expresiones que un analista cinematográfico ha de tener siempre en su glosario:
1. Tour de force
2. Ritmo
3. Composición de plano
4. Clímax final
5. Patata

Pues bien, empezamos. Partiendo de la premisa de que ante el visionado de una ópera prima, si uno ya es conocedor de la fimografía posterior del autor, no debería dejarse influenciar, Cabeza Borradora resulta confusa. Incluso para un aférrimo seguidor del Lynch más lisérgico como el aquí firmante, sus primeros diez minutos son aplastantes, demoledores. Si dejar claro si estas expresiones conllevan unas connotaciones negativas o positivas, su ritmo, sus pausas, la composición de plano (no, no me refiero a esos larguísimos primerísimos planos, sino a la geometría abstracta del filme que nos ocupa)... Es todo excesivamente, digámoslo así, universitario para resultar cuadradamente onírico. El blanco y negro, la ausencia de diálogo y el lirismo embaucador están exentos de sentido de sentido revolucionario en el cine de hoy, por mucho remake que nos invada. Pero teniendo en cuenta que se filmó en 1975, está todo bien y en su sitio, pues si esos detalles atemporales influyesen en el veredicto, Ciudadano Kane no sería más que una bosta.
El problema llega con ese radiador que guía el hiperbólico clímax final hasta el desvarío de la complacencia. Me refiero a ese SÍ que parece necesitar el espectador para acreditar sus dudas. Tan innecesasios son ciertos detalles de su última media hora (todo lo que rodea la caída de la cabeza va en el saco) como aquellos dos infames capítulos de Twin Peaks justamente posteriores al descubrimiento de la identidad del asesino de Laura, que estropeaban la impecabilidad de una serie mítica.
Así que, tras terminar de ver Cabeza Borradora, uno se queda con la duda de si ha visto una genialidad, o una patata experimental que abriría la veda hacia un tour de force surrealista y magistral en que se convertiría la filmografía de David Lynch. Yo casi que prefiero ubicarla como una curiosisdad interesantísima, que no hay que dejar de ver jamás, pero tampoco que sobrevalorar.

Feliz Navidad

Me gustan las albóndigas. Lo siento, pero me apetecía empezar así. Bueno, que aquí mi ego descumunal y yo, queríamos dejar para la posteridad comentarios vacíos y desagradables. Y empezamos con esta presentación estratosférica ( que bien suena eso, joder). Pues bien... No recuerdo si llovía o no cuando nací, pero al parecer sí todos los escritores relamidos de tercera división, que siempre nacen en días grises y tormentosos. Y yo no será menos. Nací en un día lluvioso en un pueblo del extrarradio de la gran cuidad de Makoke, tierra Senegalesa famosa por sus caros burdeles y sus estudios cinematrográficos (de material porno, of course). Me crié con mi familia biológica hasta los siete años, cuando mi padre se dio cuenta al fin (era medio ciego, y además me qquería muy poco y apenas nos veíamos) de que era blanco. Dada mi naturaleza, fruto de un coito que estuvo a punto de ser interruptus entre mi madre y un cura misionero de New Orleans, fui vendido como esclavo a un elefante, que, por cierto me pegaba mucho.
Hasta que al fin crecí, y cuando mi pene midió lo suficiente me presenté a las pruebas para "Ensalada de culos 2" en los estudios Emilio en Makoke. Fui seleccionado y viajé hasta las américas (las de arriba, las NO-pobres) donde me hice amigo de un jamaicano que me presentó a Sam, con el que realicé numerosos filmes, por los cuales soy conocido en medio mundo (el de abajo, el SÍ-pobre). Tendrán noticias mías.
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