Cabeza Borradora
Pues nada, que gracias al amigo de todo arquéologo de la miseria y rescatador de artes oscuras (hablo, por supuesto, del E-mule), visoné una de las pocas obras Lynchianas que me quedaban por almacenar en mi cerebro. Como no, aquí va mi, ejem, crítica... Aunque bueno, si me dispongo a suplantar mi reaalidad po la de cualquier crítico que se precie, deberé tener en cuenta ciertos puntos. Hete aquí cinco expresiones que un analista cinematográfico ha de tener siempre en su glosario:
1. Tour de force
2. Ritmo
3. Composición de plano
4. Clímax final
5. Patata
Pues bien, empezamos. Partiendo de la premisa de que ante el visionado de una ópera prima, si uno ya es conocedor de la fimografía posterior del autor, no debería dejarse influenciar, Cabeza Borradora resulta confusa. Incluso para un aférrimo seguidor del Lynch más lisérgico como el aquí firmante, sus primeros diez minutos son aplastantes, demoledores. Si dejar claro si estas expresiones conllevan unas connotaciones negativas o positivas, su ritmo, sus pausas, la composición de plano (no, no me refiero a esos larguísimos primerísimos planos, sino a la geometría abstracta del filme que nos ocupa)... Es todo excesivamente, digámoslo así, universitario para resultar cuadradamente onírico. El blanco y negro, la ausencia de diálogo y el lirismo embaucador están exentos de sentido de sentido revolucionario en el cine de hoy, por mucho remake que nos invada. Pero teniendo en cuenta que se filmó en 1975, está todo bien y en su sitio, pues si esos detalles atemporales influyesen en el veredicto, Ciudadano Kane no sería más que una bosta.
El problema llega con ese radiador que guía el hiperbólico clímax final hasta el desvarío de la complacencia. Me refiero a ese SÍ que parece necesitar el espectador para acreditar sus dudas. Tan innecesasios son ciertos detalles de su última media hora (todo lo que rodea la caída de la cabeza va en el saco) como aquellos dos infames capítulos de Twin Peaks justamente posteriores al descubrimiento de la identidad del asesino de Laura, que estropeaban la impecabilidad de una serie mítica.
Así que, tras terminar de ver Cabeza Borradora, uno se queda con la duda de si ha visto una genialidad, o una patata experimental que abriría la veda hacia un tour de force surrealista y magistral en que se convertiría la filmografía de David Lynch. Yo casi que prefiero ubicarla como una curiosisdad interesantísima, que no hay que dejar de ver jamás, pero tampoco que sobrevalorar.
Ganó el Carballo 2 - 1, pero no era Villamonte el adversario, sino el Coirós de abaixo.
El líbero del Carballo amenazó con abandonar el campo por gritos homófobos del público (le llamaron mariquita).