sábado, julio 21, 2007

Muy increíble lo del feminismo


El colectivo más destacado en esta sociedad evolucionista es el colectivo femenino, que empezó siendo una cofradía o una beatería y hoy es una lucha tan significativa como el feminismo, el sexismo y todo el abanico de libertades en que se mueve la mujer de las sociedades civilizadas y culturizadas. La última generación feminista que conocimos era todavía una generación burguesa que iba a la Universidad para buscar o encontrar novio, y una vez encontrado, la estudiante se retiraba de sus libros para casarse y olvidar su destino familiar, que era la verdadera llamada. La chica se casaba o la casaban, y ahí terminaba la película para empezar otra, la de los niños y sus polvos de talco. Pero hace tiempo que en la Universidad nos vemos rodeados de señores con caras de marido. Ellos no han venido a encontrar chica guapa. El hombre deja ese asunto al azar, pues el azar tiene más que demostrada su afinidad con el amor.

Pero las cosas cambian, y las mujeres también. Parece ser que ahora estamos en el s. XXI (aunque yo aún no me lo creo) y se puede hablar libremente de afeitados púbicos sin que nadie se sonroje o rememore a Isabel Pisano, que, por cierto, ahora está muy gorda y muy desquiciada, y ya no le interesa a nadie, y eso que se folló a a Arafat. Pero las feministas, que en este país siempre han sido muy superficiales (quizá porque les entusiasman las superficies) han visto cómo los metrosexuales les pasaban por delante con sus torsos prietos y naranjas, sus programas de televisión y sus revistas feministas para hombres, cremitas y tal y cual; hasta han sido humilladas y eclipsadas por la comunidad gay, con la que históricamente habían estado siempre en comunión. Dejamos las Universidades y pasamos a las manis; dejamos los libros y pasamos a las revistas, aunque hagamos libros de revista, prosa de Vogue, si se quiere. Los tiempos, las cosas y las sociedades cambian; las mujeres, en cambio, prefieren evolucionar. Y mientras el feminismo, entre tanto maricón y tanta gaita, se desdibuja en la literatura.

Seguramente la escritora feminista por excelencia en castellano es Maruja Torres, una periodista muy profesional y muy literaria (digna de Hormigas Blancas, aunque demasiado digna como para dejarse ver por allí, que ella no es Carmen Rigalt); la Torres ha sabido pasarse, cercana a los cincuenta, de su periodismo agresivo, innecesariamente culpable, a una narración en tiempo lento, que pretende irse profundizando en la lectura, que tiene cualidades literarias aunque su lenguaje sea corriente hasta lo impersonal. Es una escritora muy seria, grave y meditada, dueña del tiempo, que se ha ocultado a sí misma mediante el periodismo festivo y sangriento, a veces injusto, y que aunque intente abrazarse a lo kitch (referencias cinematográficas, bla) y a veces hasta al socialrealismo de rebajas, cae indefectiblemente en un feminismo sin mensaje, que, eso sí, se despega (a dios gracias) de las autobiografistas que sólo nos cuentan sus pecados, sus orgasmos, sus litronas, sus tacos, sus hombres y sus menstruos, porque para esos espasmos ya tenemos a advenedizas como Vallvey o la ínclita Etxebarría. A esta última ya le dediqué unas líneas, unas caricias y unos piropos, aquí, en este blog, y allí, en el suyo. Últimamente la he visto en Pasapalabra chocándose las palmas con Julio José Iglesias Jr., en plan colegas. Se la veía muy animada, y yo le deseo lo mejor, en la vida y en los juicios, esos por plagio que tiene pendientes, unos cuantos, porque Lucía es una adicta al noble arte de buscarse el negro entre escritores de renombre mundial, una cosa muy arriesgada y muy divertida, sobre todo si hace con gracia, aunque a ella le falte clase, inteligencia y estilo para saber plagiar. El plagio es para estilistas, muchacha, retírate y déjanos a los profesionales.

El feminismo, como dijimos, no parece sobrevivir al siglo que nos ocupa, o sea, no parece sobrevivir al postfeminismo. Hay excepciones, claro, como la Rosario Barros relatista o la trágicamente fallecida Paloma Palao, cuyos versos parecen escritos anteayer, y están destinados, merecidamente, a seguir así, vivos, a pesar de que a ella sólo la recuerden en algún tugurio o en algún café de Madrid. Y es que no podemos ser optimistas cuando Paulina Rubio se nos casa redimida y promete parir diecisiete retoños, eso sí, rubitos y malcriados; cuando las propias mujeres que escriben versos se autoproclaman poetas y reniegan del término poetisa, tan bello tan furioso y tan poético, y hablan de igualdad y de educación para la ciudadanía. No hay futuro para para una sociedad que saluda a los auditorios diciendo Hola a todas en lugar de Hola a todos. Los machos se vuelven maricas y tienen pollas cada vez más grandes, las feministas publican libros perecederos, las etarras son ahora quienes leen los comunicados en detrimento de los etarras... La ciencia le gana a la poesía. Sin embargo, nadie se atreve a enamorarse de una forma distinta, pues el azar tiene más que demostrada su afinidad con el amor, y los chicos con los chicos, las chicas con las chicas, y este mundo y estas mujeres, muy increíbles, este feminismo, tan de locos como cualquier otra cosa que sangra una vez al mes y ahoga su hemorragia entre algodones de diseño.


domingo, julio 08, 2007

Una tarta de queso a la que llamaremos femme fatale

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Yo es que siempre he sido más del chocolate. Sobre un mantel, indiscutiblemente, me parece el placer mayúsculo, real, el placer verdadero y sincero, el placer total. Aúna todas esas pequeñas explosiones de sabor que confieren al alimento la culpabilidad del pecado y que lúdicamente confunden nuestros cinco sentidos en una experiencia multiorgásmica sumiéndonos en un trance de éxtasis salivar. El chocolate es divertido, es jugoso y es versátil, sí, versátil, porque sirve para alimentar al pobre y masajear al rico, y es que ahora a los ricos les gusta que les masajeen con chocolate, sí, con chocolate; mientras tanto los que estamos en la mitad del pastel nos conformamos con utilizarlo como antidepresivo, aunque también hay a quien le gusta rebozarse en él para follar, no sé, hay gente para todo en el mundo y eso es gracias, en parte, al chocolate. El chocolate es una metáfora del mundo (además de estar muy rico).
Este canto ditirámbico que erizaría el vello al mismísimo doctor Nestlé…


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" Morito bueno, grasias por erisarme el bigota!"
(sí, sí, doctor Nestlé, de nada.)

… se ve mermado ante los últimos dolores de estómago que una ingestión desmesurada de tarta de queso me ha prestado. Fue entre horas, con voracidad animal y sin apenas espacio para el oxígeno. Pero sabía de puta madre. Esta vorágine desasosegante en la que uno no puede parar de comer y de disfrutar no es habitual en mí, no, (yo soy un hombre tranquilo y sólo me enfado cuando veo una injusticia social o cuando María Patiño sale por la tele y algún listo envía un SMS ensalzándola como hembra, deseándole siete polvos y diciendo que está muy buena y tal, y si me enfado es porque no veo a María Patiño como una mujer ni muchísimo menos follable, sino todo lo contrario, la veo infollable) con lo cual no es sólo inhabitual este empache de tarta de queso, es sobrenatural. El adictivo sabor de esta tarta de queso, y digo de ésta porque la tarta de queso es una tarta que por lo general me gusta bastante pero nunca llega a engancharme ni a enamorarme, tiene en su exagerada esencia algo mágico, arrebatador. Nunca antes me había visto poseído por una comida que no fuera chocolateada con semejanteviolencia.
Ha sido toda una experiencia, irrepetible como un polvo a medianoche con una bella mujer fatal a la que nunca jamás volverás a ver en tu vida, nunca, nunca jamás, y con la que cada minuto es el último y cada bocado podría ser un trocito de cielo dentro de ti, y todo, todo es frugal y hermoso, y el chocolate es la honrada esposa que te espera levantada y en zapatillas. Una fiesta en mis encías, una jodida fiesta en mis encías. Joder.

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