sábado, octubre 27, 2007

Ensayo sobre la telesangre



En este blog hemos escrito muchas cosas sobre la telesangre, casi todas ellas estupideces superficiales. Con ello no pretendíamos sino sensibilizar al lector acerca de este fenómeno mediático tan discutido y maltratado, acercarnos a él desde la más sincera ternura que en nosotros despiertan los juguetes rotos triturados por la sociedad que dispuestos a iniciar su venganza contra el mundo que les impuso la diferencia ahora se ven dispuestos a explotarla, y que son los protagonistas —muchas veces involuntarios— de este circo tan divertido. Carnicerías bíblicas, apologías de la nada, debates sobre esposos que pegan a sus esposas, yonquis de la fama que pasean su adicción por los platós, ex viejas glorias reconvertidas en peones trapecistas sin red, cantantes desafinadas y mucha, mucha gente en la frontera definitoria del retraso mental que se saca los ojos a cambio de quince mil euros o un bocadillo de lomo. Un espectáculo tan degradante como productivo que, además, proporciona horas de entretenimiento masivo que se traducen en un montón de risas y alguna que otra gilipollez colgada en el youtube o blogspot.

Sobre este tema existe una tendencia hacia la simplificación alarmante: consideramos la televisión como un arte o un medio encerrado en sí mismo, autosuficiente. El espectador que considera su esencia como algo que nace por generación espontánea me pone muy nervioso. La televisión, al igual que el cine, siempre ha sido un arte esponja que bebe de muchos otros lenguajes, y el no tener curiosidad por esos otros lenguajes debería preocuparnos. Un ejemplo sería la serie The Office, que tomando como referencia los tan denostados reality shows logra componer un producto de ficción que rompedor y delirante que ya ha pasado a formar parte de los clásicos indiscutibles de la pequeña pantalla, remake americano incluido. La telesangre nace como respuesta a algo, pero es mucho más fácil señalar obviedades que indagar sobre él, por lo que preferimos escandalizarnos cuando vemos a un idiota decir idioteces sentado en un plató de televisión antes que preguntarnos por qué está ahí, y le llamamos idiota a sabiendas de que es idiota, y luego cambiamos de canal y vemos fútbol.
Los dos únicos embates que golpean la mediocridad del gusto medio son la vanguardia y la basura, de ahí que lo trash puede llegar a considerarse vanguardista, justamente porque ataca la tiranía de lo correcto. La telesangre es una ruptura de las formas, una irrupción de lo feo, de lo desagradable, de lo incoherente, una agresión a lo perceptivo hecha desde el puro desperdicio. El espectador de la telesangre, por tanto, no se idiotiza, adormece o domestica, sino que descifra ese reflejo distorsionado de la realidad con ironía y distancia, riéndose de sí mismo. Ja, ja, ja.

Ja, ja, ja.

Porque la basura es reciclable.

miércoles, octubre 17, 2007

El enano impostor

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Güeeeeegñññ!

Aquel enano no tenía ni padre ni madre. Y además no le importaba un bledo. Era un enano malo. Y bajo, muy bajo. Una mierda de tío. Porque ya tenía treinta y siete años. Era un enano desaprensivo, si los hay. Indocumentado, atorrante, cejijunto. Era un enano deforme. Confundía las derechas con las izquierdas. Era un enano incoherente. O mejor dicho, era una incoherencia disfrazada de enano. No podía salir del país. Una vez se asomó a la frontera y le acusaron de tráfico ideológico. Por eso ya no tenía pasaporte. Porque era un enano malo. Y por eso también urdió su plan. Se infiltró el la operación Plus Ultra. Porque a pesar de ser un enano malo, quería comportarse como un niño bueno. Para salir del país, porque no tenía pasaporte. Pero ya hemos dicho con anterioridad que era un indocumentado. Y un golfo.

Sabía perfectamente que el primer requisito para participar en la Operación Plus Ultra era ser niño. De modo que se afeitó las piernas, la barba y se depiló las cejas. Dejó de decir tacos y empezó a decir mamá y otras cosas conmovedoras. Seguidamente tiró un colegio entero de niños al río y los salvó. Dijo que los había salvado, aunque no que los había tirado. Llamó fascista al demócrata y demócrata al fascista, demostrando que estaba en este mundo para facilitar la concordia entre los niños. Con lo cual el segundo y último requisito de la plataforma Operación Plus Ultra como niño menor de treinta años estaba cumplimentado. Y, de hecho, participó.

En efecto, viajó a Roma, astutamente camuflado entre niños buenos y minusválidos. Y, lo que son las cosas, resultó ser el más servicial de todos ellos. Iba y venía por todas partes. Pero como era enano, nadie lo notaba. Hecho que él aprovechó para apropiarse de todos los diplomas ajenos. A uno le quitó el de huérfano benemérito. A otro el de sostén de madres viudas. Al de más allá, el de protector de quince hermanos desamparados hasta por sus propios tutores —tutores legales, se entiende—, pues estos últimos habían emigrado a Alemania. No en vano eran gallegos. Y además de apropiarse de los diplomas, dejó a las niñas de la operación sin ahorros, y a los niños, sin creencias. Nadie recuerda una Operación Plus Ultra que haya ido menos lejos. Porque al fin se descubrió la identidad del enano. Estaba pagado por la asociación de Sadomasoquistas catalanes, aunque era un enano madrileño. Desgraciadamente, cumplió bien su misión. Hoy, una calle de Moscú lleva su nombre. Era un enano rojo. Era un enano malo.

Roberto Zárate B., 1983

domingo, octubre 07, 2007

Desmitificando a Groucho



Julios Henry (más conocido como Groucho Marx) era un señor bajito, con mala uva, de clase media baja, muy americano, escéptico, de convicciones morales reprobables y serios problemas con la bebida, que un día descubrió que podía ganar dinero (sin duda, lo que más le gustaba hacer en el mundo) trabajando como cómico, razón por la cual se pintó un bigote y explotó laboralmente a tres de sus cuatro hermanos, Zeppo, Chico y Harppo (a Gummo, de quien se sospecha era mitad negro mitad judío, lo marginaron), e inspirado por motivaciones exclusivamente económicas se decidió a formar el famoso grupo artístico-familiar cuyo recuerdo sobrevive inexplicablemente a nuestros tiempos.
Ningún otro Marx tenía entre sus planes triunfar en un terreno diferente a la música, de la que eran virtuosos, especialmente Chico (en el piano) y Harppo (al arpa), por lo que su primera reacción ante los descabellados propósitos de Julius fue de total confusión. Dijeron no, lo que desagradó a su despiadado hermano, quien no tuvo reparo en obligarles, haciendo ademán de un desprecio abusivo por la dignidad humana, a aceptar su propuesta, aunque tal empresa supusiera el sepulcro irrevocable de su carrera musical para concentrarse de lleno en la comedia. El codicioso Groucho, ávido de dólares, fama y mujeres, mantenía hacinados en condiciones denigrantes a sus hermanos en un piso situado en la zona alta de Yorkville, donde les suministraba agua sucia y víveres (básicamente bocadillos de gatos y otros animales en estado de descomposición, cocinados por el propio Marx), mientras él se fundía los pobrísimos estipendios que el conjunto recibía a modo de recompensa por sus actuaciones en garitos neoyorkinos en el consumo desmesurado de coñac y cigarros-puros. Como prueba fehaciente de la crueldad con la que azuzaba a sus hermanos y socios para el recreo nocturno en shows de barra libre —para los que estaban claramente incapacitados—, sin mayor afán que el estrictamente crematístico y con motivo de cubrir sus prodigados vicios, tenemos la minusvalía de Harppo (en efecto, el mudo), que muchos creían real cuando no era más que una artimaña publicitaria instigada por el propio Groucho, quien debido a su detestable sentido del humor creía harto risible las deficiencias físicas y mentales, así como también disfrutaba recreándose en enfermedades como la lepra y el cáncer, en especial cuando afectaban a niños, y en especial también cuando éstos eran pobres, huérfanos y carecían de hogar. Sabemos pues que el mayor de los Marx, para hacer totalmente creíble el mutismo de Harppo, le sometía a diarias palizas con cinturones de cuero y aceite hirviendo con el fin de que aprendiera a no emitir ningún sonido aun cuando el dolor fuera tal que el desahogo mediante grito fuera irremediable. Las advertencias eran claras, concisas y atemorizantes (“un fonema más y te corto el gaznate, basura”), por lo que Harppo aprendió a prescindir del habla para comunicarse, aunque semejante cualidad no le estuviese impedida congénitamente.
(Algunos historiadores sitúan el germen de este comportamiento inicuo en el trato que los Marx recibieron de pequeños a manos de su padre, iracundo albañil del que tenemos constancia era feo, calvo y mala persona —¿acaso puede ser buena persona un hombre que bautiza a sus hijos con nombres tales como Gummo, Harppo o Zeppo?—, y que según cuenta la leyenda urbana —que nosotros daremos por religiosamente veraz— dio de comer como liturgia gastronómica a todos y cada uno de sus retoños en el día de sus respectivos bar mitshvah, en edad de trece años, sus prepucios pasados por la sartén y acompañados de ingentes dosis de vino. Además, le pegaba a su mujer.)
También tenemos constancia de la actividad de Marx como colaboracionista pro nazi y masón de los malos, de los que sacrificaban vírgenes y bebían pus. En la logia fue, según asegura el experto en malabares D. Mayory Jr., donde aprendió numerosos chistes sobre marquesas, que más tarde usaría en sus películas, y donde practicó por primera vez el arte del absurdo, no por genio propio, sino por causa y efecto de una desagradable melopea que le hizo responder con un ‘quizá mañana’ cuando fue invitado por el maestro de ceremonias a desalojar la sala tras vomitar en la vagina a una menor de edad que casualmente era su hija, lo que provocó el regocijo del resto de masones perversos, quienes no cejaban de frotarse las manos.
Queda así demostrado con numerosas pruebas y datos y testimonios que Groucho Marx no era quien parecía, sino que en verdad pertenecía a la peor de las raleas —y no estoy hablando del judaísmo— que el bajo New York pudo albergar en su seno de alcantarillado, vodevil y mierda, y que por no ser no era ni gracioso. También hemos demostrado que se pintaba el bigote con cera. Muchas gracias por su atención.

(Este mismo artículo fue publicado en el fanzine Mondo Brutto en 1999, titulándose el mismo: Groucho: historia de un farsante; en el suplemento La Luna de Metrópoli, de el diario EL MUNDO, en el año 2001, bajo el título: Las gracias de Groucho Marx no era tan graciosas; y en La Vanguardia, a fecha de 2005, a doble página, con fotos , negritas y título homónimo al publicado en este blog.)

miércoles, octubre 03, 2007

Colección de miserias: la pregunta que un día le hice a Carlos Boyero



P. Me han dicho que es usted masón, y que por eso detesta películas como Inland Empire o Tideland. ¿Es cierta esta vinculación?

R. Me han dicho que es usted bobo. Estoy pensando hacerme masón si eso implica no tener que ver jamás las gilipolleces que usted admira, señor transgresor.


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