El laberinto de Guillermo
El Laberinto del Fauno es la gran película de Guillermo del Toro, esa que todos esperábamos tras los violentos síntomas de virtuosismo creativo (ingenuo y cínico a la vez) con los que había coqueteado hasta ahora. Sin embargo, y a pesar de las innumerables virtudes de su cine en general y de ésta película en particular, hay algo en él que no acaba de encajar en ese gran puzzle que todos los genios han de componer a lo largo (y ancho, vaya…) de su filmografía.
Del Toro es un autor de carrera breve e impecable; consecuente y certera cual navajazo de Maribel Verdú. Con siete películas a sus espaldas, del mejicano podemos celebrar su buen hacer al fusionar con inexorable estilo comercio y espectáculo en una misma identidad cinematográfica. Sabe que la gente pierde el culo por ver su faz salpicada por el sirope de fresa de un guignol macabro, pero también entiende las ataduras que permiten a su vez que esa ráfaga de felicidad sea precisamente tan dichosa.
Ya desde aquel lisérgico descenso al subgénero del thriller con vampiros llamado Cronos, ataviado con numerosos elementos místicos versados en génesis, existencialismo e inmortalidad, se intuía un autor con mayúsculas. Guillermo del Toro, que se define a sí mismo como un gordo terco, necio y subnormal; ha sabido rentabilizar la cultura popular de la que ha mamado desde la cuna, para luego perpetuar su naturaleza obscena en el más tenebroso de los mapas creativos. Es, en definitiva, un gamberro inteligentísimo, hábil y apasionado con todo aquello que pasa por sus manos.
Después de demostrarnos con sendas adaptaciones de las aventuras de dos héroes tan oscuros y retorcidos como Blade y Hellboy que el dólar no tiene porque arder a la primera, y dejar constancia de su rigurosidad ilustrativa en El espinazo el diablo; hoy nos plantea la que tenía que ser (a huevos) su obra maestra. No digo que no lo sea, es más, lo afirmo con rotundidad. Lo que no acabo de creerme es que sea una obra maestra del cine con todas las letras (¿de oro?).
A lo largo del filme, el mejicano vacía el cargador de su rifle echando mano de todo su potencial imaginario, virtual y humano; acariciando la esencia de unos personajes exquisitos en su lirismo. Cabría destacar por encima del resto a ese fascista por antonomasia encarnado por Sergi López con funcional maestría, entrañable en su doble filo, quintaesencia de la víctima hecha verdugo. Tampoco hay que pasar por alto las evidencias que, no por obvias, pierden su extraordinario valor: música atmosférica, bellísima fotografía, esa visión feerica tan particular…
Todo aquello que conocíamos de antemano está aquí, anexado para la ocasión en la que a partir de ahora será película estandarte de su director. Sin embargo, seguimos echando en falta esa última rubrica que lo certifique como artista absoluto. Puede que esto que a continuación voy a decir sea una necedad desmedida, pero me cuesta imaginarme a un joven talento cuya máxima influencia sea el padre de los insectos de Mimic.
En Guillermo del Toro hay algo que no puede evitar enturbiar ese mito de fácil confección cultural, y es la gelidez de su conjunto. Su obra en sí no supone la de un maestro de maestros, revolucionario de las artes o rebelde que, con o sin causa, ponga patas arriba todos los manuales, estamentos y pronósticos. Él es la parte amable de los monstruos de este cine moderno que estamos viendo y viviendo, alguien que sin duda pasará a formar parte de los libros de historia del cine en el futuro, aunque más por su rigor y regularidad profesional que por marcar un antes y un después en este arte, el séptimo.
Y es que difícilmente podrá esquivar del Toro el enviciamiento de sus virtudes, y por lo tanto la monotonía general de su poesía, merecedora del más alto de los notables, pero pálida en su reflejo final.
Que pedante y que bobo que eres. Si, así, todo a la vez.
Creo que se encuentra usted ante un dilema trivial (este medio lo es). O escribe siempre con ese recargado y barroco estilo suyo; con lo cúal, se gana merecidamente el calificativo de pedante (lo de bobo no lo puedo suscribir). O recupera ese lenguaje costroso que usa en su periplo foril. Escoja lo que escoja, mucho me temo que seguirá usted haciendo henemigos por doquier.
Ya que estoy de acuerdo con casi todo lo que refrenda, me limitaré a saciar su curiosidad...
"Cuídese" es una simple expresión de afecto. En mi opinión, situada al menos dos grados por encima del protocolario "saludos" tan usado en la burrosfera.
Ni sé nada, acerca de sus (presumibles) muchos frentes de batalla virtuales, ni me importa un bledo(y discuple la franqueza gable style).
No me involucro en estúpidas refriegas virtuales (ni reales, si puedo evitarlo). Trato de mantener mi karma limpio, en previsión de una soñada próxima reencarnación como tampón de Jessica Alba (y excuses a Peter Griffin por semirobarle un gag).
Saludos, pues, Sr. Seisdedos.
Six Fingers se gasta el mismo barroco-rococó en el foro. Si le gusta adjetivar, que adjetive. Yo me dejaba epitetar por él hasta lo que es el amanecer bien entrado ya.
La peli no la he visto (aún). Aunque del Toro cae bien, es lo que tiene.
Besos, bobo.
Tiene usted la cocina repleta de buenos alimentos, algunos excelentes, pero arruina sus platos al servirlos exagerada e innecesariamente condimentados.
Escribe tochos infumables y destila envidia por los cuatro costados.
No intente parecerse a lo que no es, sea usted mismo....créame es un consejo de corazón....
Dejen que seisdedos lefe con grumos si le sale del saco.
usuario anónimo han traído unos chorizos de los que te gustan para ti. Vienen de parte de una tal Milagritos del pueblo.
Te lo dejo en la Estufa, pasa a recogerlos.
Gracias
¿Desde cuando utilizar una linea entera para decir simplemente: cine o séptimo arte, es un epíteto?
Isabel me mandó un chorizo de la tal Milagritos. Un hamigo me dijo que antes de probarlo se lo diera a las palomas desmigajado. Si queréis saberlo, en el patio de Jaén II ya no hay palomas que nos molesten.
Isa, te quiero. Ven al bis a bis.