Etxebarría y los feminismos modernos
Cualquier ejercicio lógico de salvación vital es un golpe aún más duro que aquel que con dicha pirueta pretendemos esquivar. Entonces… ¿por qué nos tiramos a la piscina? Pues por el riesgo y la emoción; agonía travestida de éxtasis, o resucitado frenesí travestido de agonía, quién sabe. Lo del cuero es solo un adorno, no se crean.
Aquí uno es perro viejo, o al menos algo nutrido, sino de años (que también) de experiencias y encuentros variados. Por lo tanto, he de admitir que en numerosas ocasiones ha acudido al socorro de un salvavidas revirado, muchas veces consciente (y ansioso) de la amenaza interrogante que sobre mí pendía.
Cogiendo esta vuelta de tuerca y tornillo por los pelos, me aventuro a confesarme con ustedes. Este jueves me he topado con una de esas rocas con las que ya estoy harto de tropezarme. Se llama Lucía Etxebarría, y tanto si se presenta con la forma soez de un libro infumable, como con el disfraz falso de discurso moralista y demagogo a capella (en vivo y en directo), acaba siempre echando raíces sobre mi pupila dilatada. De alguna manera, soy incapaz de no ignorar lo que podría suponer (y de hecho supone) una orgía del insulto y la mueca torcida, cruce de brazos y espasmos de espontánea rabia. Me encanta tragarme su mierda, porque siempre es placentero poder devolverle la jugada en forma de comentario póstumo en un diálogo post cena, o en este caso con un artículo que viene a dibujar la soplapollez suma de lo que ser significa ser blogger. Llamadme ahora amargado, patético ser cultivador de rencor y bilis recalentada, acomplejado, y varios comentarios más (obligados) acerca de aquellos que elegimos la red como cubo de las heces. Sufriré, sufriré por ver a la señora ésta y luego recrearme en su ridiculez crispada, por aguantar el chaparrón que me aguarda, por fustigarme en mi consabida penitencia de posesión de blog… pero es que todo esto, en el fondo, me pone.
CARTA BLANCA
La 2, en su afán por promocionar y acercar a los españoles la cultura que nos rodea, decidió crear un espacio algo anárquico, confuso y frágil, aunque no por ello desdeñable. La novedad se hallaba en conceder carta blanca a una serie de personajes de la literatura, música, cine etc., para así desarrollar éstos un único programa de hora y media a su gusto y confección. Cada semana se daría paso a un nuevo personaje, y por lo tanto a un nuevo espacio; con contenidos, estética, invitados y espíritu totalmente diferentes.
Este jueves, como os digo, le tocaba el turno a Lucía Etxebarría. Prueba superada, Lu: has conseguido batir en lo que a patetismo y náuseas se refiere al segundo programa, en aquella ocasión conducido por la inefable Alaska, que llenó el plató de elementos circenses encaramados a plataformas eternas y deslumbrantes, luciendo morena piel adherida al estampado hortera de la purpurina convenientemente desmesurada en su racionamiento. La escritora valenciana se trajo a unas amigas, todas ellas dedicadas al arte de las palabras. Juntas, dieron forma a un debate de contenido casi insultante. En él, desfilaban referencias gratuitas a la anorexia, el canon estético de las delgadas como bomba sexual, la valentía de las madres solteras y a la emotiva reivindicación de las gordas como señoras muy dignas de nuestro señor. Porque no había público, que si no aplaudirían a rabiar y hasta se levantarían de sus sillas. ¡Bravo! Tampoco faltaron perogrulladas de este calibre: “Una muestra de que no nos interesa reconocer el valor de la mujer de rompe y rasga está en el paso de la serie Abuela de Verano por TVE. ¿No os parece increíble que no haya alcanzado una audiencia astronómica?” Esto lo vertió una de las colegas de L.E, que, faltaría más, ante tal gilipollez asintió en estado de cuasi indignación.
Silvia Abascal, actriz que, pese a su juventud, sigue a pies juntillas el método de interpretación perteneciente a la vieja escuela española (“sobreactúa hasta que te ahogues en tu propia vergüenza”), leyó excitada unas líneas escritas por la propia Etxebarría (un rótulo bien gordo se encargó de reafirmar la autoría de los mismos, por si cabía la duda). El texto hablaba de una mujer, de su marido, los niños… Reconozco haber desconectado al cuarto gorgorito consecutivo de la actriz, aunque recuerdo vagamente una aproximación borrosa a la leyenda de Ciegues, con el tabaco de por medio y una redundancia burda como recurso desesperado para el “me siento muy identificada con lo que cuenta”.
Con la entrevista a Ana María Matute, de la que algunos dicen que atraviesa un estado de senilidad creativa, cuando yo afirmo que jamás escribió un libro completo, decidí apagar. Y eso, aún a riesgo de perderme el esperado encuentro de Luci con Chenoa, “una tía de rompe y rasga que se merece dar su versión sobre su vida, alejada del circo mediático –sic-”.
BIDA Y HOBRA
Quizás al neófito le cueste arrastrarse entre el execrable lodo que ambienta el particular mundo de feromonas de celofán de Lucía Etxebarría. Para ellos, hagamos un pequeño ejercicio de memoria.
L.E saltó a la fama después del considerable éxito acariciado de la mano de su primera novela, Amor, curiosidad, prozac y dudas. Ésta proponía una narración templada, suave, neciamente juguetona con la lagrimita y la citada ansiedad de reconocimiento. Se notaba a la legua que la escritora pretendía tirar la piedra y no solo no esconder la mano, sino bailar la danza chueca delante de la crítica, el público y la mamá de todos ellos, con objeto de llamar la atención y acaparar un par de titulares y columnas maliciosas. Etxebarría quería estar en todas las plumas, que dijeran de ella que escribía con la vagina, aunque luego aprendiese la rentabilidad de decir “coño” en el momento adecuado. En tanto que se derramaban ríos de tinta para endiosarla o ponerla a parir, y ya acurrucada en la molicie de saberse quintaesencia del travestismo entre clítoris y boca(za), perpetró un poemario insolente y obsceno, llevado incluso a los tribunales por plagio. Este asunto, por cierto, no es nada nuevo: la revista interviú ya se hizo eco en su día del hurto que la valenciana había puesto en práctica a la hora de concebir su obra magna, Amor…, la cual gozaba del dudoso honor de lucir párrafos enteros extraídos de una novela sudamericana de escasa difusión. Su último pestiño, un libro de autoayuda con dibujitos y cuestionarios de involuntario carácter humorístico, también ha sido acusado de nadar sobre las mismas aguas turbias. Al parecer, un reconocido psiquiatra se quedó atónito al comprobar como Luci se había adueñado casi en su totalidad del grueso de uno de sus trabajos de investigación.
Pero tranquilos, ya sabéis que yo soy un caballero, y como lo cortés no quita lo valiente, me dispongo ahora a realzar algunos de los éxitos de nuestra protagonista. El más sonado, sin duda, el merecidísimo Planeta con el que fue galardonada en el año 2005. Todos sabemos de sobra la limpieza y transparencia con la que se trata la selección y concurso de las obras literarias propuestas para el mencionado premio. Prueba de ello, esa obra maestra de la literatura, innovadora y revolucionaria, brotada de la imaginación del maestro Camilo José Cela: La cruz de San Andrés. Ahora bien, les advierto de las afanosas dificultades con las que se toparán si pretenden hacerse con un ejemplar de esta joya de la literatura moderna. Quién sabe si en breve un juez no precipita el olvido de algunas de las obras insignes de Lucía, merced a estos espinosos asuntos ya tratados aquí sobre “las ideas prestadas”.
CARNE DE CAÑÓN
Michelle Houllebecq nos contó la apatía de un Daniel24 mecánico en su rutina vital, tedioso y desgonzado anímicamente, harto. Desde esa esquina lúgubre dejaba caer pequeñas perlas, eléctricas en los ojos y oídos de la Etxebarría de turno, tan feroces y lúcidas como ésta: “¿Saben como se llama la parte carnosa que rodea la vagina? Mujer.”
Destinada a la domesticación exigente de una lengua coqueta con el lapsus amenazador, voluble ante unos cojones rendidos ante los ovarios, al impertinente morfema flexivo de sexo en constante vaivén, la herencia literaria y social de este feminismo del que Lucía Etxebarría es tótem y bandera, parece avocado a la más gris desintegración. Llegará un momento en que los afiliados a EL PAÍS se den cuenta de que la transgresión no se encuentra bajo las ojeras de una pancarta gruñona, sino en el chascarrillo final de un postre travieso. Ahora gastarle la goma al término machista otra vez, bobas, que sois bobas. O imbécilas.
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Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Ey, se te ha caído un zurullo de coña, anónimo (o no tanto).
Seisdedos, embriagada por el licor de menta, te digo que Lucía euskaldún me sirvió para unas buenas pajas cuando aún no me habían crecido los pelos en los bajos. Del libro no me acuerdo, sólo sé que se lo montaba con dos guarros ingleses o algo así.
Un respeto, que los víboras de mi tía los tenía muy sobados por entonces.
Un amigo me ha dicho que no escribas asina que no entiende nada, que utilizas palabricas muy raras que no le salen en los sinónimos del word. En cuanto a Luci, Roque, sus tetas son, básicamente, ubres dignas de una crianza en el caserío más aislado de las bellas montañas de las vascongadas.
Seisdedos, desde un escalón -o dos o tres o cuatro- por debajo, mis respetos le presento.
Y a su señora también.
A mí la Etxe me no me gusta porque siempre habla como a gritos y como si estuviera muy nerviosa. Luego los libros no me los he leído, pero lo mismo están escritos como a gritos y lo mismo no.
Tetas aparte, la niña es un partidazo, porque con el Planeta dan cien kilos. No sé a vosotros, pero a mí eso me pone más que un pezón de dieciséis años bañado en caramelo, y mira que a mí me ponen los pezones cuando todavía no pueden votar.
Es mi opinión.
Como dijo Dotty Parker; "Para saber qué piensa Dios del dinero basta con ver a quién se lo dio".
Puede aplicar tan sabia sentencia a mediáticos premios como el Planeta. Premio que Delibes rechazó en su día por considerar inmoral ganarlo por encargo.
Ella lo aceptó. Pero ella aceptaría cualquier cosa que le garantizase cinco minutos de fama. Le pierde su afán de notoriedad. Necesita ser admirada, probablemente tratando de superar complejos.
Sería la pareja perfecta de De Prada. Son como dos gotas del mismo agua, sólo que con diferente saber y sabor.
Él escribe infinitamente mejor pero a nadie le importa lo que cuenta. Ella escribe como habla, histéricamente, a sobresaltos. No pierde la oportunidad de demostrar su superioridad moral e intelectual (al fin y al cabo hace lo mismo que usted, Sr. Seisdedos). Es la encarnación del viejo cuento del patito feo sólo que esta vez no se convertirá en cisne.
Leí su primer libro. Me aburrí infinitamente y lo dejé estar. Años más tarde, una compañera de trabajo me prestó "Beatriz y los cuerpos celestes". Al llegar a la página 30 habría preferido un disparo en la sien a seguir leyendo tal cantidad de sandeces.
Pero no se preocupe. Seguirá inflando su ego en tertulias radiofónicas y columnas de opinión. Amigos no le faltan, y en este país, sin amigos no eres nadie.
Cuídese, Sr. Seisdedos.