viernes, noviembre 21, 2008

Documentos Impactantes: hoy, ¡Hitler!


[Hace veinte años trabajé como biógrafo de celebridades en un proyecto editorial secreto perpetrado por la revista Época, la casa de Alba y la militancia base del Partido Comunista. El proyecto no salió adelante por culpa del boicot de la Iglesia Católica y Felipe González, dos de mis más poderosos archienemigos, y yo me quedé con una apasionante biografía de Adolfo Hitler a medio hacer. (Más tarde una cosa llamada Wikipedia nos plagiaría el formato, pero ésa es otra historia.) Aprovecho la cualidad que este blog tiene de trituradora de basuras para recuperar dicho trabajo, aquí y ahora, con el orgásmico beneplácito de mis lectores y, sobre todo, de mis lectoras. Ahí va.]

* * *

Adolfo Hitler era un tipo simpatiquísimo de los años treinta o por ahí (la época de los sombreros) que se ganaba la vida contando chistes en los casinos hasta que un día, de buenas a primeras, se vio metido en política por culpa de unos atorrantes y terminó haciéndose fascista, que entonces era la moda, como ahora es bailar el chiki chiki o colgarse pendientes en la punta del navo.

En realidad Hitler era un pobre incomprendido con ideas modernas y muy chachis para su país, Alemania, por entonces muy mal vista en las europas por culpa de una guerra que se montó a principios de siglo con toda la razón del mundo. Así, lo único que le tenían a Hitler era rencor, pues era apuesto y tenía labia, y eso creaba conjura entre las europas, que ya hemos dicho eran caldo de cultivo para el odio y la henvidia en la época de los sombreros.

Hitler era ligeramente conservador, y no veía con buenos ojos que la mujer vistiera conjuntos atrevidos ni que trabajara fuera de casa; por lo general odiaba a bastante gente y tenía ciertas paranoias que le hacían ser mala persona, así de aquella manera, a ratos y como consecuencia de la rabia que le tenía el mundo por ser tan popular (Führer, en alemán, todo el mundo sabe que significa "el más popular"). En esos malos ratos se dedicaba a ponerse furioso dando golpes en las mesas e invadiendo países pobres, para recelo de aquellos que conjuraban contra él en secreto porque no tenían los co-jo-nes de decirle las cosas a la cara. Quitando esto, podría decirse que era un tío bastante progre, campechano e incluso agradable en el trato personal que contaba chistes verdes de monjas y tenía éxito entre las mujeres.

El Estado según Adolfo



Hitler, de picnic
Hitler, de picnic

Política social

La política social de Hitler consistía básicamente en liquidar judíos y acabar con el paro, lo cual dio enormes satisfacciones al pueblo alemán de entonces, que estaba encantado de la vida y se podía pasar horas bebiendo cerveza en los bares y tomando aperitivos, sin preocuparse de que les atacara un impuro o despidiesen del trabajo: todo era tan perfecto que la productividad laboral funcionaba sola, automáticamente, como las lavadoras o el sistema digestivo. Además de los judíos, Hitler también la tenía tomada con los gitanos, a quienes consideraba un pueblo regular que se pasaba el día pidiendo y tocando la pandereta; eso a Hitler, claro, no le gustaba nada, porque él era un tipo serio tirando a circunspecto que no aceptaba frivolidades como esas en una sociedad moderna como la alemana, obligada a ser productiva y funcional. De esta forma, acabó con unos cuantos miles de gitanos por pragmatismo, más que nada, y la cosa le fue muy bien porque nadie protestó.

Política económica

La política económica de Hitler consistía básicamente en quemar judíos en el horno, pues Hitler era todo un cocinitas e ideó sistemas (la mar de complejos) para guisar judíos y convertirlos en jabón, lo cual ahorraba considerables gastos en la producción de este higiénico utensilio, aunque también erosionaba la economía nacional por las jugosas ganancias que los judíos reportaban al país gracias su milenaria tradición en la usura, el prestamismo y el comercio, para lo que eran bastante dados, y en eso Hitler no fue muy listo, porque la usura daba sus cuartos, y en este caso se dejó llevar más por el corazón que por la cabeza, según opinan historiadores tan reputados como los hermanos Gore y César Vidal, que son siameses separados de toda la vida de Dios.

Política exterior

La política exterior de Hitler consistía básicamente en liquidar judíos y hacer ver a un conjunto reducido de países arrogantes que eran más alemanes de lo que ellos creían, entrando con didácticos tanques y ejércitos en sus territorios para enseñárselo con claridad, y es que ya se sabe que este mundo tan terco la letra con sangre entra, y en ese plan.

Lo que es la guerra


La guerra, lo que es la guerra, fue más bien una travesura, lo que pasa es que Europa se lo tomó a la tremenda, porque Europa no tiene sentido del humor ni lo tendrá nunca. Invadir Polonia, para Hitler, fue como para ti hacerte una de esas fotos que te sacan por las noches abrazado a una camarera secsi o algún otro elemento ornamental nocturno cuando sales con la muchachada; de igual modo, la desmedida reacción de los países gordos de la Unión supuso para Alemania idéntica sorpresa que la que te llevas cuando tu señora te grita reproches criminales por dejarte sacar cuatro fotos inofensivas al lado de una periquita.

Hamistades (aliados)


Italia
Haciendo risas
De parranda

Italia, en la época de los sombreros, era un régimen fascista dirigido por un señor calvo con pinta de roca que comía muchos espagueti. El señor calvo y Hitler hicieron migas desde el principio, aunque al primero le diera por tomar el bando equivocado en la Guerra en un inicio algo confuso que enseguida se resolvió cuando sus pretensiones de conquista en África requirieron de la ayuda del segundo para echar a unos cuantos morenos de su casa.

Paquito

Hitler y Paquito, para ser fascistas los dos, no se llevaban muy bien. Tampoco es que se cayesen gordo ni que tuvieran políticas incompatibles. Simplemente, la relación entre ambos era fría, distante, algo que evidenció el encuentro organizado en Hendaya ante las entusiastas cámaras del NO-DO, donde ni uno ni otro tenían mucho que contarse y se pasaron todo el tiempo dando sorbos de café y haciendo ritmos impacientes con los dedos en la mesa. Nos consta que Paquito intentó un acercamiento hablando de fútbol y pantanos, pero ni Hitler sabía lo que era un pantano ni era muy aficionado al Real Madrid, por lo que la cosa se quedó como estaba y nunca más volvieron a llamarse. (Y esto sin contar que Hitler consideraba a la señora de Paquito una hortera llena de collares con el culo contrahecho y la nariz judía.)

Japón

Hitler consideraba a los japoneses bastante arios para ser amarillos como eran, y por eso les dio una oportunidad y permitió formar parte de su bando con la condición de que no tomaran confianzas y llamaran a casa más tarde de las nueve para contar cotilleos. De paso, hacían pinza contra los rojos y puteaban a los chinitos de Manchuria, donde los japoneses apuñalaban a las embarazadas en la barriga para que no pudieran tener bebés, y tiraban pepinos en territorios neutrales como Estados Unidos. Una fiesta, vamos. Ahora en Japón ya nadie se acuerda de Hitler.

Argentina

Imperio Argentina fue la gran aliada de Hitler; sabemos que, festiva, le bailaba encima de la mesa con las faldas al aire dejando que éste rechupeteara de sus pies descalzos el dedo gordo del pie, cosa que le escitaba un mogollón y provocaba gran dicha; también que era la folclórica favorita del III Reich y que hubo rumores de boda entre ambos. Sobre esta historia de hamor se filmó una película horrible dirigida por un vagabundo estrábico de barba gris y protagonizada por la novia de Javier Bardem, un Jorge Sanz que hacía de chulapa con su habitual naturalidad y Santiago Segura en el clásico papel de mariquita.

Henemistades (los de la pinza)


No soportaban su éxito
No soportaban su éxito
Hitler tuvo muchos enemigos, como Indiana Jones o el Trío Calaveras (formado por comunistas, yanquis y británicos). La causa de estos enfrentamientos aparentemente incomprensibles, ya se ha dicho, es la tozudez y la henvidia (sobre todo la henvidia) de los países henemigos.

URSS

Los rusos eran unos cabrones que le hicieron la puñeta a Hitler pactando cosas con él mientras a sus espaldas compraban balas y le hacían burla con la lengua. Este pueblo estaba liderado por un señor egomaníaco llamado Stalin, que fue quien se inventó el rumor (falaz) de que la desconfianza de Hitler con los judíos provenía de la leyenda que aseveraba que éstos tenían el pito grande en relación proporcional con el tamaño de su nariz, cosa que acomplejaba a Hitler y le enfadaba un huevo. Todo era mentira, como se ha dicho, pero el rumor caló en las europas, que a partir de entonces señalaron a Hitler con ojos divertidos y dejaron de tomarle en serio con sus ideas. Los rusos, durante la guerra, utilizaron la táctica de ir hacia atrás como los cangrejos para que los alemanes cogieran resfriados y murieran; fue ésta una táctica miserable y ventajista que aún hoy es recordada como uno de los ejemplos más sangrantes de juego sucio en la historia de las batallitas.

Los yanquis

Los yanquis con Hitler se llevaban regular: no entendían su manía con la limpieza étnica ni los conflictos territoriales que provocaba, y lo consideraban algo marrullero. A pesar de esto, no entraron en la Guerra hasta que a unos japoneses despistados y algo impertinentes les dio por tirar pepinos encima de un puerto suyo. En consecuencia, los yanquis (que son como orgullosos y malpensados), se lo tomaron todo a pecho, llevándolo a lo personal, y decidieron entrar en la Guerra haciéndose los héroes y los demócratas, cosa ridícula donde las haya. La decisión de entrar en la Guerra la tomó un tullido llamado Roosvelt, que al parecer era muy amado entre la gente de allí, hasta el punto de permitírsele sobrepasar el límite de dos legislaturas en el poder. De hecho, el hombre era tan amado que incluso le hubieran reelegido mil veces, de no ser porque su tullidez no daba para más y acabó por obligarle a retirarse antes de tiempo.

Inglaterra

Inglaterra, en la época de los sombreros, estaba presidida por un gordo fumador llamado Churchil que era bastante cretino y tenía un loro, longevo, al que años más tarde descubrieron diciendo palabrotas contra Hitler, seguramente aprendidas durante los delirium tremens de su malhablado dueño.

El trío calaveras
El trío calaveras

La conferencia de Yalta

La conferencia de Yalta fue una pantomima que se montaron los enemigos de Hitler para demostrar que eran muy guays, ellos, y que podían hacer pinza contra su régimen del terror (cosa que nadie se creía). Asistieron a ella Churchil, Roosvelt y Stalin, o sea, el Trío Calaveras, y durante el tiempo que estuvieron reunidos se dedicaron principalmente a contar chistes y maldades sobre Hitler, y a hacer crueles imitaciones de su persona donde lo caricaturizaban como si fuese un tonteque de esos que venden cupones en las esquinas y hablan lento y con un ojo a la virulé. Aparte de esto, fumaron unos cuantos puros y fingieron saber jugar al poker. Como todo el mundo sabe, la conferencia de Yalta fue un teatro gratuito que únicamente sirvió para exhibirse ante los medios y desprestigiar a un adversario infinitamente más carismático y bello que sus ruines protagonistas.


Discursicos



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