jueves, junio 29, 2006

Chanante

A veces no basta con tirar del chirrío cáustico de un pedo para provocar la risa fácil. En ocasiones es necesario recurrir a fondos más esquinados de nuestro subconsciente para ser recompensados con una sonrisa, pues no siempre un taco o una eyaculación cumplen de manera tan gratuita con semejante tarea. Pero fíjense, lo hacen en un porcentaje casi abusivo en nuestra escala RITER para los terremotos de tórax, aquellos que siempre van de la mano de una sonora carcajada. Sin embargo, el arte de lo obsceno, lo soez, la sal gorda; está por encima de cualquier diálogo rebuscado entre las cuerdas de un arpa tocada al son de una clase alta que rebuzna diálogos ingeniosísimos. Porque para sutilezas ya está el mal gusto, sumergido siempre en una arqueología de plástico, el mismo que envuelve la más brillante de las joyas bajo la apariencia pegajosa de un mugriento celofán.
Cuando Divine eructa, cuando Ben Stiller se engancha la polla con la cremallera, lo hacen respondiendo a una estrategia epeológica de lo (in)humano. La mueca contenida que guardamos en la jaula de las buenas formas ante el chico con retraso mental que delante de la cola del súper tarda siglos en contar las moneditas, es liberada sin juico previo alguno al visionar cualquiera de las barbaridades que John Waters, Santiago Segura o los Farelli de antaño nos proponían. Este proceso de contención-explosión es aplicable también a la hostia que un párbulo de come al jugar temerariamente en el parque, al esfuerzo de un obeso para caminar, o a cualquier otra situación embarazosa de vergüenza ajena que se nos plante en las napias. Mutismo sepulcral, la educación por delante de todo. Ya desahogaremos al llegar a la sala.
Esta condición higiénica del humor bastardo es entendida a la perfección por unos tontunos spaignoles recién salidos de las minas humorísticas del canal por cable Paramount Comedy. Allí nació un espacio mensual de media hora que permitía al ciudadano medio mearse de risa indiscriminadamente y aflojar toda la tensión retraída a cause de esos malditos modales, tan necesarios como molestos. El programa se llama La hora Chanante, y está comanadado por Joaquín Reyes (también conocido como Richard en Camera café), Ernesto Sevilla, Raúl Cimas y otras gentes de mal vivir. Ahí les dejo unas demostraciones titánicas de su pod(r)erío...









miércoles, junio 28, 2006

Is Pain


Que dolor, que dolor; dentro del armario...

Dioses, creía haber superado esa etapa. Pues bien, hasta aquí hemos llegado. Maldini, Maradona, Montes, los de la Plaza del Sol, de Colón... Todos. Ajo y agua. Que cosas, tanto hablar de cuartos de final y resulta que en las dos últimas competiciones de seleccionones internacionales, ni de octavos pasamos. Bah. Que les den. De este Mundial son más las reflexiones políticas y metasexuales extraíbles que cualquier paja mental futbolística, donde sería necesario encerrar bajo llave toda teoría que mezclase Raúles titulares, suplentes, negros de mierda y sexadores de pollo japoneses. Esto solo nos pasa aquí. Es España, Spain: Is Pain.
En la china Maoísta había un departamento censor especializado en el área deportiva. Dado que cualquier participación olímpica oriental era siempre tratada con absoluto recelo por el C.O.I, fuese comunista o no, desde fuera se echaban los balones a la piscina alegando injustas medidas arbitrarias por parte de la organización. Y todo para justificar fracasos deportivos que a la inmensa mayoría de los ciudadanos chinos no les imprtaba ni un tercio del aprecio que guardaban a su balneario favorito o a su bicicleta de turno. Pero como ya he dicho, eran externas todas aquellas críticas y excusas baratas. Desde dentro, el régimen se ocupaba de maquillar la moral deportiva del país con mentiras varias, o manipulaciones sutiles y en ocasiones hasta subliminales de los resultados finales. Pero eso, claro, no podría pasar aquí. En España acabamos el partido con tan poco orgullo como nos sobraba el día previo, así que es fácil pasar del ramplón titular: "Jugones" ; a la derrotista bandera de: "Otra vez igual". Y no es de extrañar. Nuestro periodismo siempre ha vagado confuso, atufando dislexia y avaricia (de esa que rompe sacos pero nunca saca$). Es lógico no obstante, publicitar hasta la náusea un acontecimiento que te ha costado noventa kilos de royalties y quién sabe si algún órgano (cuasi) vital. En España todo se vende porque todo está en venta, y todo duele porque todo cuesta. Es España. Spain. Is Pain.

"Tiempo, anticipas mis terribles designios: el fugaz propósito nunca será alcanzado mientras la acción no lo acompañe."

Jugando al gato y al ratón con la memoria, podríamos olvidar el desastre de Alemania tomando las cartas de lo blasfemo. La testosterona en este mundial ha sido para nuestro equipo un estorbo del que pocas veces se ha abusado. Ahí queda la casta marica de los pipiolos más alegres, trastornando la felicidad precoz de su juego (Cesc, for example) en lagrimones tiroleses de diseño al finalizar el encuentro de Francia. Luego se abrazaban, se consolaban, y se daban palmaditas en las nalgas. Este tipo de detalles, dignidad aparte, sería conveniente esquivarlos para evitar el chiste fácil de las magas nacionales del humor celulítico: Eva Hache, Llum Barrera and company. Si no hablan de las piernas de Cristian Ronaldo o de la tableta de chocolte de Casillas, coquetean sin gracia con la confusión sexual de una escuadra. Sería terrible que Alemania 06 pasara a la posteridad con el epitafio feminista que cualquiera de estas humoristas sin gracia pudiera grabar en nuestra memoria colectiva a base de gestos grotescos y muecas insoportables. Nos aprovechéis de nuestra debilidad, malas zorras.
Otra gracia que el destino podría jugarnos sería la idealización perversa que la masa mayor, despojada de ilusiones, dibujase de su prensa. Podría decirse que el exploit can(s)ino que de nuestro tiqui-taca se hizo con fiereza, fue el definitivo detonante de la hostia final en octavos. Tanto picar a Zidane, tanta jubilación, tanto Maradona y tanto gol (a balón parado), han reventado el pus de esta selección tan joven y llena de genio como inexperta y ansiosa. Maldito Manu Carreño, me las pagarás. Gente como tú, Manolo Lama, Matías, Montes o Maldini; son impensables en otro país. En cualquiera que no goze con el dolor. En cualquiera que no fuera España, Spain. Is Pain.

Respetemos eternamente el vicio y no combatamos sino la virtud.

Sin embargo, no creo que saquemos una sola conclusión de este mundial que supere en patriótico y optimista a lo poético de su música. De la nuestra, digo. Nada de Il Divo, ni Opá. Hablo del himno y su letra. Esa que es (era) coreada con pasión por todos lo aficionados. La que no existe, la ectoplásmica. La que es a su vez cantada como nino-nino por un espectador del fondo norte, como chunda-chunda por el de tribuna, y como chan-chan-chan por un señor de Murcia (¡tírate a la Pataki!). I love this game.

domingo, junio 04, 2006

Causalidades en la colina



Jesús Quintero, que sabe bien de las ventajas de hacerse el loco, invitó no hace mucho a su colina a dos de los personajes televisivos que más chistes, chascarrillos y frases hechas espontáneas y posteriormente explotadas por el E-miliano efecto SMS han generado en esta generación del tunning metrosexual. A modo de miura, presentó Quintero al míster de la decadencia insigne (Coto Matamoros), para que estrechara secreciones de impolítica sinceridad con el tahúr de las infusiones con sabor a placebo cultural de fanzine tibetano, Fernando Sánchez Dragó. Una vez allí, presentados y empujados por la primera pregunta del loco (solo hizo tres –magníficas y necesarias- en una entrevista que no lo fue y duró veinte minutos) comenzó la retahíla de puñetazos justicieros del civismo televisivo. Coto, que es un señor lleno de verdad, ha brillado con luz propia en los últimos años por haber sabido pulir con elegancia su brutalidad incorrupta y, en realidad, inexistente. Al fin y al cabo, todos llevamos un Coto dentro, una voz honesta que nos incita (casi siempre fracasando) a quitarle la máscara al mundo, y en su defecto, a nosotros mismos. Matamoros es la representación del “digo lo que pienso”, solo que, por una vez, encarnada en la figura de alguien versado en algo más que unas cuantas patadas en los cojones (que también, vaya…). Él es culto, inteligente además, y hace ademán de vestirse de mafioso íntegro y decente. O sea, que seguramente será una excelente persona. Dragó en cambio es el diablo disfrazado de anciano, siempre cuestionando todo aquello que se escapa de la voz de su psiquiatra particular, que debe habitar en todos y cada uno de los cien mil libros que han pasado por su atril. El vox populi para él, supone una amenaza solo comparable al despertar de un politono de Opá, por lo que no duda en arremeter contra todo aquello que implica un materialismo de pensamiento, o una subliminalidad artera y consciente.
Salió, como no, el tema de la telebasura. Lejos de definiciones aburridísimas (quizá también se dejaron ver, pero se maquillaron en la sala de ediciones) el debate caminó por otros derroteros. Reincidió Matamoros en su teoría coprófaga del por qué de la necesidad de cotilleo. Sobre los patios vecinales, su desaparición, y el inminente precipitado de la carroña privada del famoso como ingestión de una droga tranquilizante para la portera de ocasión. Dragó prefirió reafirmar su cliché una y otra vez, guiñando la suerte del desvarío a alguna de las almas perdidas que aún le escuchan con lápiz y papel en la mano. Resulta descorazonador que el escritor siga destilando pequeñas luces entre la nebulosa de su fantasía, propia del padre ilegítimo del agente Cooper, para luego esforzarse en demostrar que sigue siendo lo que todos creíamos, un tonto del culo. Para él esto será una falta de respeto causante de la libertad de impresión, dice, que existe en España (expresión no, porque luego venimos nosotros, los maleducados, a hacer aguas menores de sus palabras). Que le den.
Entre tanto, Quintero continuaba robando humo del diálogo entre sus dos amigotes, ejerciendo su papel de espectador de lujo. Entre casualidades (el desliz del nombre de Boris Izaguirre por la conversación), y causalidades (¿el dinero lo es todo?) se iba apagando la hoguera. A poco que se acercaba el fundido en negro, quedaba claro que Coto tendrá un digno recuerdo colectivo cuando deje de ser recordable (de momento, aún estando inactivo, sigue siendo una indomable y profiláctica “fiera” de las vanidades). Por lo demás, se sigue sin conocer una sola radiografía de la telebasura que descifre los ingredientes exactos de su retorcida digestión. Quizá haga falta volver a trastornar la nobleza de nuestro registro público, o lo que es lo mismo, encarnizar nuestro afán de circo y llevarlo de nuevo a la calle. Que la mierda no quede en casa, en Telecinco o Antena 3, que nos interese el último polvo de la vecina, ésa que parece tan zorrón, y no las bragas de la Pantoja. Aunque siempre nos queda la opción de ser decentes, claro. ¿O no?

sábado, junio 03, 2006

Incontinencia ¿verbal?


En cierta ocasión alguien le preguntó a Paul Verhoven sobre el cine porno, esperando, seguramente, una respuesta reivindicativa y transgresora. Sin embargo, la respuesta del holandés fue clara e incluso lapidaria: “El porno es aburridísimo. Solo son unos cuantos genitales entrando y saliendo.” Uf… Era duro escuchar al autor de cintas como Delicias Turcas despreciar a un género bajo sus ojos plano, por mostrar, demasiado, dejando poco a la imaginación. Y es cierto que a Verhoven nada le gusta más que trufar sus filmes de constantes guiños al público más envenenado de la sala, ya fuera con un chiste obsceno o un gesto cómplice. Hacer pensar al respetable es una nobilísima tarea, sobre todo cuando para ello se escogen los senderos más farragosos, aquellos que pocos, se atreven a pisar. Por eso mismo sorprendía tanto que un chico malo como él retirara el saludo a un género tan escondido como los espectadores privilegiados de los filmes del propio Verhoven, receptores de sus sutiles temeridades.
En el Cine X hay tanta mierda como se puede encontrar en la producción media de la cinematografía corriente de USA, Italia, o Irán. Por lo tanto, que nadie ponga el grito en las nubes cuando se entere de que existen también joyas doradas en este arte defenestrado, forjadas con la misma imaginería insigne que puede emanar un peso pesado encadenado a la inmortalidad de los libros de historia del cine. Así que ustedes, amigos compatriotas, no solo no deberían desviar la vista ante una carátula guarra, sino que les correspondería enorgullecerse de que en su país se hubiese fraguado parte de la historia dorada del cine only for adults. Contra viento y marea este país ha sacado adelante una industria especializada en eyacular trastornadas preseas de condición caprichosa, por lo que aventurar prejuicios a las realidades sería, por lo tanto, una gilipollez. Y como el mundo parece despertar al fin de este largo letargo de obcecación puritana, llegaba la hora de reconocerle los laureles a este César llagado por las manipulaciones del subconsciente tribunal moral que todos lastramos en nuestro interior. Y es que, para una sociedad (ecuménica) que otorga riquezas a John Endemol, Uri Geller o, sin ir más lejos, la última amante de Beckham, ¿resulta tan bochornoso excitarse con una fantasía hecha casi realidad? Yo creo que no. Cualquiera de los personajes antes mencionados se me antojan tan divertidos y sápidos como necesarios, y el Cine X, en comparación, es incluso una medicina caritativa.
Para volcar el auge de este universo tan poco conocido en su fondo, han surgido en los últimos tiempos copiosos documentales dispuestos a adentrarse en él. Ejemplos son “La piel vendida”, aquí, en España, o internacionalmente “Dentro de Garganta Profunda”. Sin embargo, faltaba en España un libro que explicase este género de manera similar a “The other Hollywood”, un diario (multicolor) del porno norteamericano que recogía a modo de adrenalítico ejercicio cronista la historia de este cine que nos ocupa. Así que de entre las cenizas inexistentes de una traducción al Spanish que de The other hollywood nunca llegó, e intentando trasladar ese espíritu al X español, brotó de entre las fauces corrosivas de Jordi Costa “El sexo que habla". El porno español contado por sí mismo.” En este libro (que se reconoce felizmente deudor de TOH) se recopilan los diferentes enfoques del nacimiento en España de una definitiva industria seria pornográfica. La obra alterna una narración ágil de lo que el propio Costa autodefine como un ejercicio de maestro de ceremonias, con nutridos testimonios de figuras clave de esta fábrica de sueños (húmedos), manufacturando un tratado de lo que solo se podría definir como periodismo puro y duro. Erigido desde el cariño y la rigurosidad, en El sexo que habla nos hallamos con las palabras de Jose María Ponce, María Bianco. Manuel Valencia, Casto Escópito, Paco Gisbert, Bibian Norai, Nacho Vidal, Laura Brent, Malena Conde, Sandra Uve… y una larga lista de firmas que nos ayudan a entender el proceso de maduración del porno español. Pero la habilidad de Jordi Costa a la hora de ordenar este procaz guirigay, se descubre sobre todo al evitar convertir el libro en una orgía de datos y anécdotas insulsas, logrando mantener el interés y colocar cada polvo y cada rollo de película en su sitio.
En una cita extraída de estas mismas páginas, se encuentra una de las más bellas referencias a la poesía que emana este cine capaz de dialogar con el espectador de manera única. Dice así: “Lo que para vosotros es fantasía, para nosotros es jornada laboral”. Perfecto resumen de lo que pretende contarnos el sexo que habla de boca de tantos (y tantas) que alguna vez se han puesto delante de una cámara para follar. Perfecto resumen de lo que una industria entera quiere expresarnos desde hace años, con objeto de que la escuchemos liberándonos de prejuicios.
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